15.6.05

algunas ideas políticas de cuesta

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Una política que obedece, una política que no manda, carece de personalidad, de valor; su conducta es la inmoral, falsa y sin norma. Pero como ésta es la que no corre “el riesgo de la política”, es la que vulgarmente no merece desprecio, la que parece “moral”, aun cuando no consiga admiración. Es como el arte académico, que sacrifica su personalidad a su éxito inmediato prefiriendo halagar el gusto del público por lo que ya conoce, a crearle un gusto nuevo por lo que le da a conocer; y también como el arte que sacrifica su personalidad a “la escuela”, prefiriendo que se estime en sus obras el valor establecido por los moldes de ésta, en vez del valor original de ellas mismas. A estos dos tipos de arte sin personalidad equivalen la política tradicionalista y la política que se ajusta a los cánones de una “escuela revolucionaria”. En los dos casos la falsedad política es la misma; se aspira a mandar con la ley que no posee, con el mando de otro; se aspira a mandar sin personalidad política.
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la decadencia de la política



El dinero es la riqueza del tímido, del introvertido, del que encuentra poco placer en el placer y prefiere conservarlo perpetuamente futuro, o dejar que la necesidad se lo arranque. Un país que estima el dinero por encima de los demás bienes o, como dicen los economistas, en que el dinero es escaso y tiene un precio, un interés elevado, es un país temeroso de la acción y amante del sueño que la desea pero la retarda; es un país sin voluntad, y su acción la mueven sus necesidades en vez de moverla sus designios. (...) El miedo existe, sin duda, ante los peligros, pero esto no quiere decir que los peligros lo causan, sino que lo revelan.
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...la inseguridad existe en la mente de quien la concibe: no tiene una existencia objetiva. Una mente que no puede prever es una mente insegura. Está bien que se diga que en México no puede preverse lo que acontece de un día para otro; pero es culpa del entendimiento que no puede lograrlo y no del acontecimiento, el cual carece naturalmente de reflexión.
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Si nos informamos en la nueva psicología de Adler y Jung, averiguamos que un hombre tímido es un hombre inculto, que no sabe usar su existencia y que, por lo mismo, vive en medio de tal oscuridad, de mundo tan extraño y tan impenetrable, que se aísla del mundo, para habitar dentro de un recinto artificial, hecho de manías y ficciones en el cual pueda sentirse dentro de un mundo suyo, seguro y lógico. O bien, antes de construirse positivamente una reclusión mental de esa clase, se limita a mantener su temor, su aislamiento, en una existencia cuya norma consiste en negarse a toda especie de acción que modifique el estado de su inercia natural; en otras palabras, restringe su crédito, cambia por dinero (por una indefinida potencialidad) sus bienes actuales; de inmediata realización. Tal parece que el dinero adquiere en este proceso una naturaleza religiosa, un carácter metafísico de “más allá”, y que el amor al dinero no es generalmente un amor de los bienes materiales, sino de los eternos.
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Es evidente que la patria del nacionalismo son los Estados Unidos, como lo son de la dignificación de la incultura y la vulgaridad. Recordemos que América fue la idea de un mundo mejor, de un mundo en donde no existiera, por ejemplo, ninguna inseguridad política y donde, por consecuencia, la función del espíritu fuera secundaria y superflua; la cultura, innecesaria y ociosa. De un mundo donde se pudiera “invertir con seguridad”, sin responsabilidad mental del inversionista. No es extraño que ese mundo utópico haya sido poblado por todos los tímidos de Europa, por todos los que tenían allá la política y el riesgo en horror. Construida su casa, ahora su ideal son las veladas domésticas (que complementa el radio, cuyos broadcasts se han hecho, para tal fin, perfectamente inocuos, nacionales, espejos del mundo familiar, y no ventanas hacia lo desconocido).
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la inseguridad política o la restricción del crédito



Jorge Cuesta, Ensayos políticos. UNAM, 1990.