sobre alemania
breve jornada caminando por la selva negra
o claro en un bosque verde-oscuro de Hölderlin
Desde enero sigo a una sombra. Caminamos por los bosques. Andando, encuentro que hemos olvidado los bosques nuestros. Pero también eso lo he olvidado, más bien me dedico a seguir a una sombra. En los claros, nítida, me revela a alguien, alguien que viste un saco, alguien trajeado. El saco es a veces pulcro como el de Mann, otrora es deslucido y sucio, empolvado y enlodado, se parece más al de Brecht, al capote de Nocolai acaso. Es negro y no creo que su estado, su cambio de estado a la luz, a las luces, responda tanto al tipo de aventura a la que, según los dioses, nos corresponda atender determinada jornada. No creo que esté en relación directa con el clima del bosque algún particular día. Recuerdo haberlo visto salpicado de guano un día tranquilo que lo habíamos pasado todo recitando líneas en un claro. Alguna vez lo vi llegar a la cueva donde encontraba a veces al dios, después de sortear pútridos paisajes, con el traje intacto, mejor que nuevo a la luz de la luna.
Su cara me resulta incierta. La vi claramente millones de veces, pero ahora se me pierde en la memoria entre ruido de balas. La erupción de la guerra forcejea dentro de mi y al pasado lo deja en historia y convierte al futuro en maná de miedo. Recuerdo gestos que hacía mientras gritaba al cielo sus versos. La cara en alto buscando el azul del cielo en los dioses. La cara gacha, ensimismada, en lo más negro del bosque. Todas las noches un par de ojos, grandes y negros, altivos buscando la luna. Y recuerdo sus pasos firmes, mismos que había de imitar en las barracas todos los días cuando iba de mi cama al trabajo, a la degradación injusta de la carne y la dignidad humanas, aún responsabilidad y culpa de los dioses, y luego de regreso a un sueño nunca conciliado, la infancia que no recuperaba por las noches; y recuerdo también la posibilidad de caminar cualquier otro día (los pasos firmes, siempre los pasos firmes sobre la tierra) el camino trasero a la muerte por entre un par de robles que traían de regreso algo de bosque. Un par de robles, antesala del horror, habían de partir el agua, habían de cancelar la palabra unidad para luego soltarla, encadenada, trunca y muerta también, para que ladrase apenas uno, un tímido y miedoso uno. Peligroso individuo uno, desconfiada mirada en las tripas enjabonadas. Recuerdo sus gestos en instantáneas que evocan sus palabras, sus versos. Recuerdo sus gestos como liras al sol, melodías largas jamás participantes del tiempo. Poemas que apenas, acaso, participaban del bosque. Aquel bosque interminable que existe y existía, no porque él dijera bosque diciendo bosque (terrible cadena al “poeta del poeta”), más bien porque en Dios, diotima, noche, luna y sueño, tierra, tú y venga alemania, olía a bosque, y se escurría éste entre las palabras. Sus palabras decían cosas, lo hablaban. Ahí está el segundo nivel de metáfora que tan abigarradamente busca Heidegger en sus cartas, algo confundido entre sus lecturas y reflexiones. No es que diga mal, busca mal. Creo que habría que buscar la esencia en sus versos y dejar al humano en sus cartas. Que en Hölderlin huela a esencia de poesía responde más a su religiosidad, a su devoción, a su pensar la poesía; y como tal, como pensamiento, reside dentro del cuerpo, dentro del traje negro que no podría sino hablar bosque, porque bajo las ropas está la piel de quien vive para los dioses y recita sus líneas sagradas. Ahora, un poeta devoto escribe la historia. Se sienta en un claro de bosque y escucha. Recita luego palabras que en el aire, mientras despiertan pensamientos que son líneas y se mueven, las palabras adquieren melodía (las palabras se saben versos), y fluyen entonces con armonía (los versos se saben, entonces, poesía). Sé que para cualquiera, el que sigue su sombra en los bosques, para el que abre un libro y la lee, sus palabras decantan poesía. Sabe la poesía porque algún día alguna vez por un cuerpo sagrado escribe la historia. Hölderlin, por ejemplo, escribió de alemania en la historia. En sus paseos por aquel pedazo de tierra dejaron sus huellas una voz que sopla en el aire de cualquier alemania.
Un día llegaron los perros. Un día lejano. No sé si el traje estaba sucio o limpio, pero no importa porque habría de ensuciarse, porque habría todo de volverse polvo, de jurar un futuro gris con colores sólo en technicolor. Llegaron los perros Margarete. Y entonces bebimos siempre leche negra del alba.
Hace ya casi dos años me bajaba del tren en Munich. no iba a pasar la noche ahí. tenía que escoger entre un par de opciones que me habían atraído para pasar el día. Un par de museos o Dachau. Me fui por Dachau. Llamaba mi atención aunque había que tomar tres camiones para llegar. En el camino vi un choque y como rápido llegaba la solución en forma de policía antes quizás de que el camión terminara de hacer parada. El único prejuicio con el que llegaba, el que cargaba como un peso significante era la Fuga de Muerte que en alguna ocasión, no mucho antes de hacer aquel viaje, me habían leído. La actitud o vida del pueblo judío en aquella actualidad no me imponía, a caso a veces me incomodaban sus reacciones. Los medios se encargan de confundir la historia cuando se intenta predecir el presente. Alemania me era desconocida. Igualmente la tele y los periódicos, algunas extrañas películas, habían tergiversado el bigote negro y el símbolo muerto: aquella oscura rueca de metal. Lo que pasó ahí no lo puedo expresar. Polvo, gris, muerte, caras largas, cuerpos derruidos, discursos altisonantes, gritos ahogados, monumentos, versión(es), pobres, voces que se confundían en aquel largo terreno. Esas palabras llegan a mi cabeza, pero no encuentro aún como armarlas.
Bibliografía:
Los irascibles
Cuando, entre mis quejas, oigo a lo lejos
sones de lira y canto, calla enseguida mi corazón.
Pronto también me transformo
si brillas para mi, vino purpúreo,
bajo las sombras del bosque, donde el poderoso
sol de mediodía resplandece amable para mí sobre el follaje.
Allí me siento en calma cuando,
encolerizado por terribles ofensas,
he vagado por los campos. ¡Ah, cómo les gusta
encolerizarse a tus poetas, Naturaleza! Se afligen
y lloran por nada los afortunados; como niños
a los que su madre mima demasiado,
fruncen el ceño con altiva obstinación;
van en calma por su camino y algo minúsculo
vuelve a irritarles; abandonan
su vía oponiéndose a ti.
Pero apenas los rozas, amorosa, amable,
se tornan dóciles y mansos; con alegría obedecen
y tú, Magistral, los conduces
con suave rienda a donde quieres.
Hölderlin
(...)
¿Quién es el hombre? Aquel que debe mostrar lo que es. Mostrar significa por una parte patentizar y por otra que lo patentizado queda en lo patente. El hombre es lo que es aun en la manifestación de su propia existencia. Esta manifestación no quiere decir la expresión del ser del hombre suplementaria y marginal, sino que constituye la existencia del hombre. Pero ¿qué debe mostrar el hombre? Su pertenencia a la tierra. Esta pertenencia consiste en que el hombre es el heredero y aprendiz en todas las cosas. Pero éstas están en conflicto. A lo que mantiene las cosas separadas en conflicto, pero que igualmente las reúne, Hölderlin llama "intimidad". La manifestación de la pertenencia a esta intimidad acontece mediante la creación de un mundo, así como por su nacimiento, su destrucción y su decadencia. La manifestación del ser del hombre y con ello su auténtica realización acontece por la libertad de la decisión. Éste aprehende lo necesario y se mantiene vinculada a una aspiración más alta. El ser testimonio de la pertenencia al ente en totalidad acontece como historia. Pero para que sea posible esta historia se ha dado el habla al hombre. Es un bien del hombre.
(...)
Heidegger en "Hölderlin y la esencia de la poesía"
Fuga de muerte
Leche negra del alaba la bebemos al atardecer
la bebemos al mediodía y a la mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una fosa en los aires allí no hay estrechez
En la casa vive un hombre que juega con las serpientes que
escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarete
lo escribe y sale a la puerta de casa y brillan las estrellas silba
llamando a sus perros
silba y salen sus judíos manda cavar una fosa en la tierra
nos ordena tocad ahora música de baile
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
En la casa vive un hombre que juega con las serpientes que
escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarete
Tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una fosa en los aires allí
no hay estrechez.
Grita cavad más hondo en el reino de la tierra los unos y los
otros cantad y tocad
echa mano al hierro en el cinto lo blande tiene ojos azules
hincad más hondo las palas los unos y los otros volved a tocar
música de baile.
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y a la mañana te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarete tu cabello
de ceniza Sulamita él juega con serpientes
Grita tocad más dulcemente a la muerte la muerte es un amo de
Alemania
grita tocad más sombríamente los violines luego subiréis como
humo en el aire
luego tendréis una fosa en las nubes allí no hay estrechez
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía la muerte es un amo de Alemania
te bebemos al atardecer y a la mañana bebemos
y bebemos la muerte es un amo de Alemania su ojo es azul
te alcanza con bala de plomo te alcanza certero
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarete
azuza sus perros contra nosotros nos regala una fosa en el aire
acosa con las serpientes y sueña la muerte es un amo de
Alemania
tu cabello de oro Margarete
tu cabello de ceniza Sulamita.
Paul Celan
o claro en un bosque verde-oscuro de Hölderlin
Desde enero sigo a una sombra. Caminamos por los bosques. Andando, encuentro que hemos olvidado los bosques nuestros. Pero también eso lo he olvidado, más bien me dedico a seguir a una sombra. En los claros, nítida, me revela a alguien, alguien que viste un saco, alguien trajeado. El saco es a veces pulcro como el de Mann, otrora es deslucido y sucio, empolvado y enlodado, se parece más al de Brecht, al capote de Nocolai acaso. Es negro y no creo que su estado, su cambio de estado a la luz, a las luces, responda tanto al tipo de aventura a la que, según los dioses, nos corresponda atender determinada jornada. No creo que esté en relación directa con el clima del bosque algún particular día. Recuerdo haberlo visto salpicado de guano un día tranquilo que lo habíamos pasado todo recitando líneas en un claro. Alguna vez lo vi llegar a la cueva donde encontraba a veces al dios, después de sortear pútridos paisajes, con el traje intacto, mejor que nuevo a la luz de la luna.
Su cara me resulta incierta. La vi claramente millones de veces, pero ahora se me pierde en la memoria entre ruido de balas. La erupción de la guerra forcejea dentro de mi y al pasado lo deja en historia y convierte al futuro en maná de miedo. Recuerdo gestos que hacía mientras gritaba al cielo sus versos. La cara en alto buscando el azul del cielo en los dioses. La cara gacha, ensimismada, en lo más negro del bosque. Todas las noches un par de ojos, grandes y negros, altivos buscando la luna. Y recuerdo sus pasos firmes, mismos que había de imitar en las barracas todos los días cuando iba de mi cama al trabajo, a la degradación injusta de la carne y la dignidad humanas, aún responsabilidad y culpa de los dioses, y luego de regreso a un sueño nunca conciliado, la infancia que no recuperaba por las noches; y recuerdo también la posibilidad de caminar cualquier otro día (los pasos firmes, siempre los pasos firmes sobre la tierra) el camino trasero a la muerte por entre un par de robles que traían de regreso algo de bosque. Un par de robles, antesala del horror, habían de partir el agua, habían de cancelar la palabra unidad para luego soltarla, encadenada, trunca y muerta también, para que ladrase apenas uno, un tímido y miedoso uno. Peligroso individuo uno, desconfiada mirada en las tripas enjabonadas. Recuerdo sus gestos en instantáneas que evocan sus palabras, sus versos. Recuerdo sus gestos como liras al sol, melodías largas jamás participantes del tiempo. Poemas que apenas, acaso, participaban del bosque. Aquel bosque interminable que existe y existía, no porque él dijera bosque diciendo bosque (terrible cadena al “poeta del poeta”), más bien porque en Dios, diotima, noche, luna y sueño, tierra, tú y venga alemania, olía a bosque, y se escurría éste entre las palabras. Sus palabras decían cosas, lo hablaban. Ahí está el segundo nivel de metáfora que tan abigarradamente busca Heidegger en sus cartas, algo confundido entre sus lecturas y reflexiones. No es que diga mal, busca mal. Creo que habría que buscar la esencia en sus versos y dejar al humano en sus cartas. Que en Hölderlin huela a esencia de poesía responde más a su religiosidad, a su devoción, a su pensar la poesía; y como tal, como pensamiento, reside dentro del cuerpo, dentro del traje negro que no podría sino hablar bosque, porque bajo las ropas está la piel de quien vive para los dioses y recita sus líneas sagradas. Ahora, un poeta devoto escribe la historia. Se sienta en un claro de bosque y escucha. Recita luego palabras que en el aire, mientras despiertan pensamientos que son líneas y se mueven, las palabras adquieren melodía (las palabras se saben versos), y fluyen entonces con armonía (los versos se saben, entonces, poesía). Sé que para cualquiera, el que sigue su sombra en los bosques, para el que abre un libro y la lee, sus palabras decantan poesía. Sabe la poesía porque algún día alguna vez por un cuerpo sagrado escribe la historia. Hölderlin, por ejemplo, escribió de alemania en la historia. En sus paseos por aquel pedazo de tierra dejaron sus huellas una voz que sopla en el aire de cualquier alemania.
Un día llegaron los perros. Un día lejano. No sé si el traje estaba sucio o limpio, pero no importa porque habría de ensuciarse, porque habría todo de volverse polvo, de jurar un futuro gris con colores sólo en technicolor. Llegaron los perros Margarete. Y entonces bebimos siempre leche negra del alba.
Hace ya casi dos años me bajaba del tren en Munich. no iba a pasar la noche ahí. tenía que escoger entre un par de opciones que me habían atraído para pasar el día. Un par de museos o Dachau. Me fui por Dachau. Llamaba mi atención aunque había que tomar tres camiones para llegar. En el camino vi un choque y como rápido llegaba la solución en forma de policía antes quizás de que el camión terminara de hacer parada. El único prejuicio con el que llegaba, el que cargaba como un peso significante era la Fuga de Muerte que en alguna ocasión, no mucho antes de hacer aquel viaje, me habían leído. La actitud o vida del pueblo judío en aquella actualidad no me imponía, a caso a veces me incomodaban sus reacciones. Los medios se encargan de confundir la historia cuando se intenta predecir el presente. Alemania me era desconocida. Igualmente la tele y los periódicos, algunas extrañas películas, habían tergiversado el bigote negro y el símbolo muerto: aquella oscura rueca de metal. Lo que pasó ahí no lo puedo expresar. Polvo, gris, muerte, caras largas, cuerpos derruidos, discursos altisonantes, gritos ahogados, monumentos, versión(es), pobres, voces que se confundían en aquel largo terreno. Esas palabras llegan a mi cabeza, pero no encuentro aún como armarlas.
Bibliografía:
Los irascibles
Cuando, entre mis quejas, oigo a lo lejos
sones de lira y canto, calla enseguida mi corazón.
Pronto también me transformo
si brillas para mi, vino purpúreo,
bajo las sombras del bosque, donde el poderoso
sol de mediodía resplandece amable para mí sobre el follaje.
Allí me siento en calma cuando,
encolerizado por terribles ofensas,
he vagado por los campos. ¡Ah, cómo les gusta
encolerizarse a tus poetas, Naturaleza! Se afligen
y lloran por nada los afortunados; como niños
a los que su madre mima demasiado,
fruncen el ceño con altiva obstinación;
van en calma por su camino y algo minúsculo
vuelve a irritarles; abandonan
su vía oponiéndose a ti.
Pero apenas los rozas, amorosa, amable,
se tornan dóciles y mansos; con alegría obedecen
y tú, Magistral, los conduces
con suave rienda a donde quieres.
Hölderlin
(...)
¿Quién es el hombre? Aquel que debe mostrar lo que es. Mostrar significa por una parte patentizar y por otra que lo patentizado queda en lo patente. El hombre es lo que es aun en la manifestación de su propia existencia. Esta manifestación no quiere decir la expresión del ser del hombre suplementaria y marginal, sino que constituye la existencia del hombre. Pero ¿qué debe mostrar el hombre? Su pertenencia a la tierra. Esta pertenencia consiste en que el hombre es el heredero y aprendiz en todas las cosas. Pero éstas están en conflicto. A lo que mantiene las cosas separadas en conflicto, pero que igualmente las reúne, Hölderlin llama "intimidad". La manifestación de la pertenencia a esta intimidad acontece mediante la creación de un mundo, así como por su nacimiento, su destrucción y su decadencia. La manifestación del ser del hombre y con ello su auténtica realización acontece por la libertad de la decisión. Éste aprehende lo necesario y se mantiene vinculada a una aspiración más alta. El ser testimonio de la pertenencia al ente en totalidad acontece como historia. Pero para que sea posible esta historia se ha dado el habla al hombre. Es un bien del hombre.
(...)
Heidegger en "Hölderlin y la esencia de la poesía"
Fuga de muerte
Leche negra del alaba la bebemos al atardecer
la bebemos al mediodía y a la mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una fosa en los aires allí no hay estrechez
En la casa vive un hombre que juega con las serpientes que
escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarete
lo escribe y sale a la puerta de casa y brillan las estrellas silba
llamando a sus perros
silba y salen sus judíos manda cavar una fosa en la tierra
nos ordena tocad ahora música de baile
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
En la casa vive un hombre que juega con las serpientes que
escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarete
Tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una fosa en los aires allí
no hay estrechez.
Grita cavad más hondo en el reino de la tierra los unos y los
otros cantad y tocad
echa mano al hierro en el cinto lo blande tiene ojos azules
hincad más hondo las palas los unos y los otros volved a tocar
música de baile.
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y a la mañana te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarete tu cabello
de ceniza Sulamita él juega con serpientes
Grita tocad más dulcemente a la muerte la muerte es un amo de
Alemania
grita tocad más sombríamente los violines luego subiréis como
humo en el aire
luego tendréis una fosa en las nubes allí no hay estrechez
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía la muerte es un amo de Alemania
te bebemos al atardecer y a la mañana bebemos
y bebemos la muerte es un amo de Alemania su ojo es azul
te alcanza con bala de plomo te alcanza certero
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarete
azuza sus perros contra nosotros nos regala una fosa en el aire
acosa con las serpientes y sueña la muerte es un amo de
Alemania
tu cabello de oro Margarete
tu cabello de ceniza Sulamita.
Paul Celan